El 11 de Enero de 1938, el presidente Roosevelt enviaba una oferta al primer ministro británico, Neville Chamberlain, que podría haber cambiado el curso de la historia. El plan de Roosevelt, preocupado ante el cariz que estaba tomando la situación en Europa, consistía en liderar un acuerdo internacional en el que las grandes potencias del mundo ofrecieran a Hitler y Mussolini una porción del pastel colonial a cambio de un progresivo desarme por parte de dichas potencias. Si en algún momento los líderes totalitarios llegaban a romper el acuerdo, la opinión pública norteamericana, de inclinaciones aislacionistas y generalmente contraria a inmiscuirse en los asuntos europeos, se decantaría con toda probabilidad por entrar en el conflicto. Chamberlain, sin embargo, ciego ante cualquier plan que se alejase de las políticas de apaciguamiento, de las que él era el principal arquitecto y defensor, rechazó el ofrecimiento.
Apenas dos meses después, el 12 de marzo de 1938 las tropas alemanas cruzaban la frontera de Austria e invadían el país sin resistencia, iniciándose de esta manera los anhelos expansionistas que Hitler tenía para Alemania y su deseo de anexionar aquellos territorios cuya población fuese mayoritariamente germana. Además, este movimiento permitió al dictador observar la reacción de las grandes potencias europeas que, a pesar de las continuas provocaciones, se mantenían expectantes y temerosas ante el -aparente- poderío militar alemán.
El miedo a un nuevo conflicto de dimensiones inimaginables cuando una gran parte de la población aún se estremecía ante el recuerdo de la Primera Guerra Mundial llevaron a las grandes potencias europeas a practicar una política de apaciguamiento que con el tiempo se demostraría inútil y desastrosa. Fueron muchos los defensores de aquellas políticas: aristócratas, políticos o simples ciudadanos que, llevados por una desmedida prudencia, por nobles ideales o, por supuesto, por puros intereses personales, creyeron una y otra vez las promesas de paz de Hitler, a pesar de que éste se obstinaba con insistencia en romper su palabra… El juego de Hitler, basado en una estudiada fanfarronería, llevó a las grandes potencias a pensar que Alemania disponía de una gigantesca fuerza militar cuando lo cierto es que si en aquel momento la Sociedad de Naciones hubiese decidido actuar, la historia se habría desarrollado de una manera muy diferente. No obstante, el miedo y una confianza ciega en dichas políticas llevaron al primer ministro británico, Chamberlain, y a su homólogo francés Daladier, a ceder ante las exigencias nazis y entregar los Sudetes, una región de Checoslovaquia en la que vivían alrededor de 3,5 millones de germanos, en uno de los episodios más bochornosos de la historia reciente del continente.
Tras la firma del conocido como acuerdo de Munich el 30 de septiembre de 1938, Chamberlain pronunciaría unas palabras que le perseguirían toda la vida: ‘Queridos amigos… creo que hemos logrado la paz para nuestros días. Id a casa y disfrutad de un feliz sueño’. El drama, sin embargo, no había hecho más que comenzar.
El jovencísimo historiador británico Tim Bouverie nos guía a lo largo de una trama perturbadora que bien podría pertenecer a un thriller político, una brillante narración de ritmo trepidante que nos sorprende e inquieta conforme nos adentramos en los acontecimientos y políticas que marcaron la segunda mitad de la década de los años 30. Un ensayo tremendamente esclarecedor que, apenas sin tregua, nos empuja a la reflexión y nos induce a preguntarnos cuánto de lo que ocurrió se podría haber evitado.

Tim Bouverie
Profesor titular en el Center for the Study of Terrorism and Political Violence (CSTPV) de la Universidad de St Andrews y experto en piratería y terrorismo marítimo, Peter Lehr ha publicado varios trabajos relacionados con lo que llama crimen organizado marítimo, «Violence at Sea: Piracy in the Age of Global Terrorism» y también con el nacionalismo budista y el budismo militante como «Militant Buddhism: The Rise of Religious Violence in Sri Lanka, Myanmar and Thailand»