Todavía en algunos pueblos hasta hace poco se elegía una maya (o maja), normalmente jovencita y guapa, y se la sentaba en un altar florido para celebrar el retorno de la primavera y el florecer de la vida. El llevarle flores a María al comienzo de mayo es la versión católica de esta fiesta, como explicita Alfonso X el sabio cuando dijo:
“Bienvenido Mayo, y con alegría;
Por eso roguemos a Santa María
Que pida a su Hijo aún todavía
Que de pecado y locura nos guarde”.
Es evidente que con eso de «Venid y vamos todos con flores a María», el cristianismo sustituyó la Floralia por una fiesta dedicada al florecer de la primavera, relacionándola con la Virgen María un poco por los pelos, ya que no se lee en los Evangelios ninguna relación de la madre de Jesús ni con las flores ni con la primavera, ni por supuesto con la fertilidad, ya que precisamente según la Iglesia, María solo tuvo un hijo.
Pero los Mayos, versión pagana y más antigua de la fiesta, continúa celebrándose tantos años después en todo el antiguo imperio. Con distintas variaciones se lleva a cabo en casi todo el antiguo mundo romano de Europa, además de en varias regiones de Estados Unidos e incluso en Sri Lanka. Seguramente los majos y majas goyescos tan nuestros, vienen de esos mayos. Por otra parte en el Reino Unido a las reinas de esta fiesta se las llama casualmente May Queen, como nos recuerda Led Zepelin en la letra de su archifamosa Escalera al Cielo, canción de 1971 en la que Jimmy Page y Robert Plant cantaban:
“Si tus setos se agitan no te alarmes,
Sólo es la limpieza de primavera para la reina de Mayo.
Sí, hay dos caminos por los que puedes ir,
Pero a la larga todavía habrá tiempo para cambiar la ruta que sigues.
Y esto hace que me pregunte… (and it makes me wonder…)

Se supone que la estrofa es una referencia a la pubertad en relación con la primavera. Francamente, no fumé nunca tanta hierba y no sé si esa lectura es la verdadera. Maestros tiene la iglesia del rock. Lo que sí sé es que las Floralia, fiestas en las que la gente llevaba flores y se vestía de colorines, se celebraba la exuberancia de la naturaleza. Los actos centrales tenían lugar en el templo de Flora, a los pies del Aventino (junto al Circo Máximo), templo y culto que por cierto se erigió, siguiendo la recomendación de los libros sibilinos para terminar con una sequía a mediados del siglo III a.C.
La primavera en sí, en el sentido del resurgir de la naturaleza, era más un tema de Proserpina, la hija de Ceres. Ceres (del indoeuropeo Ker, crear) era la diosa de la agricultura y evidentemente, de los cereales, incluyendo los del desayuno. Era la responsable de que las semillas florecieran y de que las plantas dieran sus frutos y sus cosechas. Hete aquí que la señora diosa tenía una hija, muy mona ella, que se llamaba Proserpina y de la que se enamoró un día Plutón, el dios del inframundo. El caso es que como la chica era un poco reacia a vivir en el sótano del mundo, bajo tierra, Plutón la raptó y se la llevó a su casa de las profundidades, escapando sin que nadie lo supiera.
Romanos de Aquí
Su pobre madre Ceres estuvo buscando a la chica por toda la tierra, sin encontrarla y tan preocupada que dejó de hacer su trabajo de que las plantas nacieran y crecieran, con lo que estaba todo desértico, árido y seco, y la vida en la tierra estaba a punto de desaparecer mientras Ceres no hacía otra cosa que buscar a Proserpina. Por fin, se averiguó que la moza estaba en el más allá y, ante los ruegos de Ceres, Júpiter obligó a su hermano Plutón a liberar a la moza. El dios infernal aceptó con una condición, que la chica no comiera nada en el túnel de salida del inframundo. Pero en el largo camino de vuelta a la tierra, Plutón dejó unas cuantas sabrosas frutas, estratégicamente situadas. Proserpina se comió varias (parece que cuatro o seis) y puesto que el que come en el inframundo, debe permanecer en él, cada año Proserpina tiene que pasar cuatro (o seis) meses en el Hades. Uno por cada fruta que comió.
Ceres se puso tan contenta de recuperar a su hija, que hizo brotar todas las semillas y las plantas, empezando así la primera primavera. Después, en verano, las frutas maduran, y se recogen las cosechas que Ceres nos regala. En el otoño, la madre de Proserpina pinta de oro todos los bosques, ya que los ocres son los colores favoritos de su hija. Por fin en invierno, la chica regresa al inframundo y por eso la tierra se hace fría, dura y estéril, hasta que de nuevo se reúnan madre e hija en marzo y renazca de nuevo la primavera y toda la tierra.

Las fiestas del renacer y de la primavera se han celebrado desde siempre, muchas veces, quemando la leña sobrante del invierno, como hacemos de forma parecida en las “fallas” de Valencia o en “la quema” de Murcia, y haciendo procesiones nocturnas con antorchas, ayudando a Ceres a buscar a su hija, que va a resucitar pronto.
Por cierto que el mes de Mayo se dice que podría estar dedicado a una advocación de Júpiter: Maius Iuppiter, algo así como Júpiter máximo, basándonos en que los antiguos meses impares (antiguamente Mayo era el mes tercero) se dedicaban a dioses varones (Marzo, el primer mes era por Marte, y por ejemplo Junio, el cuarto entonces, por Juno, la señora de Júpiter). El caso es que era un mes en el que florecía la primavera y el desenfreno, pero también era el mes de las Lemuralia, que se celebraban más o menos del 9 al 13 del mes y que eran los días y las noches en las que los espíritus de los muertos, los lémures, visitaban la tierra de los vivos. Eran evidentemente días nefastos en los que no se celebraban ni bodas y en los que el pater familias tenía que conjurar a los fantasmas con un rito que nos ha llegado por Ovidio:

“Cuando se haya lavado las manos en agua de una fuente limpia, caminará tras tomar habas pintas y tirarlas a su paso sin mirar atrás; al arrojarlas, dirá: «Te ofrezco estos frutos; con ellos, redimo a mí y a los míos». Lo dirá nueve veces”
Mientras hacía esto, el romano salía de la casa y como el espíritu conjurado tenía que seguirle recogiendo las habas, pues se libraba de él hasta el año que viene. Si no se les conjuraba, los lémures hacían terribles ruidos por la noche y asustaban a los vivos con sus aullidos.
En su honor, el naturalista Linneo cuando tuvo que ponerle nombre a unos primates nocturnos muy ruidosos de Madagascar, los bautizó lémures, y son los que salen en la peli Madagascar (Dreamworks 2005), y en sus secuelas, en las que el rey de los lémures cantaba por la noche «Yo quiero marcha, marcha», del mismo modo que los lémures fantasmales romanos pasaban la noche de juerga asustando a los vivos. Y es que todo lleva a Roma, amigos.
Feliz primavera… que viene de primum y ver, es decir, algo así como primer/pre verano (veranum).