Un buen día, se acabaron las guerras cántabras, toda la Hispania quedó pacificada. Augusto se dedicó a fundar ciudades a imagen y semejanza de Roma, como Bracara (Braga), Emérita (Mérida), Astúrica (Astorga) y otras, a donde los nativos tendrían que ir desde entonces, a resolver sus asuntos con la Administración, renovar el DNI y esas cosas.
El contraste entre los antiguos y escuetos “castros” y estas ciudades, con fuentes, termas, teatros, juegos, bares, tiendas y edificios impresionantes, debió de ser tremendo. Después de un finde en Astúrica, regresar al frío y oscuro castro debía de ser bastante depre. Supongo que más de un hijo e hija adolescente, antaño de pura cepa celta, terminaría preguntando al progenitor: ¿Papi, nos hacemos romanos? El caso es que los romanos nos dieron tantas cosas, que al final, bromas aparte, sí que nos hicimos romanos, más romanos que nadie.